Hola, soy Noelia Casas y este es mi blog sobre Intervención educativa con menores inmigrantes (MENAS). Aquí podréis encontrar multitud de información sobre el tema, así como: opiniones, reflexiones, análisis, noticias...

Espero que os guste y que os sea de utilidad para adentraros aún más en la intervención social. Un saludo.

lunes, 10 de enero de 2011

"Cheb Hbitri, bajo un camión". Menores y extranjería.LAS MISERIAS QUE ORIGINA la pobreza, la migración y la política de extranjería Parte I

Un chico me aborda porla calle, tímidamente:–¿Dónde está la comisaría de la policía local? Después se encoge como pidiendo perdón por hablarme. Dudo unos segundos y me doy cuenta de que no sé dónde está la sede de la local. –No tengo ni idea– le digo. Él comienza a alejarse en el mismo momento en que empiezo a registrar que quien me ha preguntado es un niño, que está solo, que es extranjero, probablemente, por el acento, marroquí, y que me ha hecho una consulta, digamos, poco común. Me dirijo a él antes de que
se vaya definitivamente: –Pero, ¿para qué quieres saber tú dónde está la comisaría? ¿Necesitas algo? Poco después S. y yo subimos las
escaleras de mi portal. A pesar de esa primera apariencia de retraimiento y timidez, no le ha costado mucho soltarse a hablar conmigo.

En realidad, parece que necesitaba comunicarse con alguien. En torno a un plato de lentejas, la conversación se hace más fluida aún. Me sorprende su buen castellano. –Vengo de Melilla– me explica. S. nació en Fez hace catorce años. La ciudad, capital de Marruecos durante mucho tiempo, es una de las más importantes del país y supera el millón de habitantes. En ella pasó los once primeros años de su vida. En ella creció al calor de su madre y de sus dos hermanas mayores. Su padre, trabajador en una panadería del barrio, obtenía los únicos ingresos monetarios de la familia. Pero el padre de S. murió hace tres años. Incluso antes de que su padre los dejara, las estrecheces económicas ya habían empujado a una de sus hermanas, la mayor, a viajar a Europa en busca de una vida mejor. Ahora está en Holanda, o eso cree S., pues no sabe de ella desde hace cinco años. Su otra hermana se casó y se fue a vivir a Tánger. A la madre de S. la vida no le dejó tiempo para llorar la muerte de su marido. Poco después del entierro, se vio obligada a marcharse de la ciudad con su pequeño hijo, pues no lograba encontrar trabajo en Fez. Viajaron a Nador, más al norte. –En Nador hay playa y en Fez no–sonríe S. –¿Y encontró trabajo tu madre?– le pregunto al chico. A veces le cuesta encontrar las palabras adecuadas.Después de varios intentos y de representar con gestos la carga de sacos pesados al hombro, logra explicarme que su madre cruza la frontera de Melilla para commuchos alemanes.Y, entonces, ahora viene la pregunta de siempre, la que no sabes cómo formular porque, por un lado, te sientes un poco ridículo planteándola, ya que la respuesta es obvia y, por otro, temes no entender del todo la contestación. –¿Qué haces aquí? ¿Por qué has venido? S. me mira como diciendo: –¿Que por qué he venido? Es evidente, ¿no?–pero contesta, resignado– Poco dinero, muy poco dinero.


La frontera de Melilla la cruzó debajo de los asientos de un coche. Poco después ingresaba en el Centro de Menores La Purísima. –En una como ésta dice S. midiendo con su mirada mi habitación de unos ocho metros cuadrados– vivíamos cuatro chicos. La mayoría eran de Marruecos y de Argelia, aunque también había algunos compañeros de países del África subsahariana.

A veces nos llevaban solos a una sala y nos pegaban. –¿Cómo que os peganban?¿Por qué?–No lo sé...–Pero, ¿os decían algo cuando os golpeaban?–Sí, decían: para qué has venido aquí,para qué has cruzado la frontera, quédate en tu casa. Nada más. Cuando se cansó del hacinamiento, de los malos tratos y de la escasa comida, S. se metió bajo un camión y, allí escondido, cruzó en un barcoque le llevó a Málaga.–Vas bien sujeto, no hay peligro de caerse. –dice con seguridad– No, no tenía miedo. Sólo quería que no me descubrieran, porque sueltan perros para buscarnos. Yo los vi, pero ellos
ami no. –¿Se lo dijiste a tu madre antes de partir? –No, la llamé cuando llegué a Málaga. –Y ¿qué te dijo? –Que consiguiera papeles. –¿Nada más? –No. Bueno, sí, lloraba. –Y ¿tú? –Yo... –sonríe S. un poco nervioso– también lloraba.

En Málaga pasó cinco días.Nada más salir del puerto, se dirigió a una mezquita. Allí encontró apoyo, ropa, alimento y un techo donde dormir
durante varias noches. Cuando S. estaba en Melilla, un amigo, compañeros de juegos en las calles de Fez, le había llamado y animado a viajar a
Oviedo para encontrarse con él. Fue quien le explicó que llegara a la ciudad
y preguntara por la policía. S. viajó de noche, en autobús, a Madrid.
A la mañana siguiente cogió otro autobús con destino a Oviedo. Supongo que alguna de las personas que conoció en Málaga, al enterarse de los deseos del chico, le sacó los billetes. ¿Dónde está la comisaría de la policía
local? Es la primera vez que me encuentro con un Menor Extranjerom No Acompañado (MENA),así les llaman, y no sé si debemos realmentecontactar con la policía. Prefiero hablar con uno de los educadores de la Unidad de Primera Acogida del Centro Materno Infantil de Oviedo; educador que, por cierto, está expedientado, junto a otro compañero, por denunciar públicamente el desentendimiento del gobierno asturiano respecto a sus obligaciones con los menores. A través de sus denuncias me he podido enterar de muchas irregularidades, incluidos encierros en Centros de Internamiento de Extranjeros (CIES) de menores a los que se expulsa porque, supuestamente, y siempre según las autoridades, son adultos.

En este caso, me cuesta temer que tengamos algún problema. S. es menor,
manifiestamente menor, evidentemente menor. Pero, a pesar de todo, y aunque no consigo localizar al educador, decido hablar primero
con Asturias Acoge, por si pueden hacer alguna gestión que facilite las cosas. Efectivamente, una de las responsables de la asociación llama inmediatamente a la Unidad de Primera Acogida. La respuesta del Centro
nos deja perplejos: tenemos que llevar al menor a la comisaría de la Policía Nacional, situada frente al Hotel Reconquista, para que sea la policía quien lleve a S. a la Unidad de Primera Acogida o, en su defecto, si no hay plazas, a otro centro de menores. A pesar de que nos parece que
el tratamiento policial del asunto implica la criminalización de los menores, seguimos las instrucciones. S. parece el menos nervioso de todos, solamente preocupado por saber cuándo iremos al Centro y, así, encontrarse con su amigo. Me encargo de acompañarle a la maldita comisaría. Nos pasan a una sala de espera. –Tú no hables mucho, S., cuanto menos
español sepas, mejor. Mientras esperamos y yo le doy vueltas a lo que debo decir, S. tararea una canción. –¿Qué cantas?– le pregunto.
Se ríe. –Chebbirtri –dice finalmente (o algo así entiendo yo).
–¿Cómo? Saco papel y lápiz y lo escribe: Cheb
Hbitri. –Cuando vuelvas a tu casa –me dice– lo buscas en internet.
Yo también me río.

Una agente de la policía nacional entra y, en la propia sala de espera,
nos pregunta por el motivo de nuestra presencia. Explico la situación y
solicito que acompañen al menor a la Unidad de Primera Acogida, remarcando
que el caso es ya conocido por un abogado, por varias asociaciones asociaciones de apoyo al colectivo inmigrante y por el propio centro de acogida. En ese momento, por el pasillo por el que se accede a la sala de espera pasa un policía que, poco después, la primera agente nos confiesa
que es su superior. Este, que escucha de pasada mi explicación, se dirige a
su subordinada y, en un tono que refuerza su mirada de desprecio hacia
S., ordena que se le lleve al Albergue Cano Mata, un centro para transeúntes
adultos, de tres días de estancia máxima, y no a un centro de menores, puesto que antes tendrá que demostrar que es menor. El tipo, sin
más, continúa su camino y desaparece por el pasillo. Insisto en que S.
debe ser llevado a un centro de menores y amenazo con poner una denuncia
ante el fiscal de menores. La agente se retira de la sala de espera
para, según sus palabras, seguir debatiendo el caso con su superior, es
decir, el energúmeno del pasillo, pero pronto vuelve para decirnos que
sus órdenes son enviar al menor al Albergue Cano Mata. S. y yo nos vamos. Es domingo por la tarde, primera jornada de la liga de fútbol. Quizás el evento justijustifique que encontremos cerrado el Juzgado de Guardia, al que nos encaminamos para denunciar los hechos y pedir una solución al fiscal de menores; también debe de estar justificado
que a esas horas, justo en medio de la retransmisión televisiva, nadie responda en el 092, en un último intento por tratar que la local
sea la que lleve a S. al centro de menores. Volvemos a casa. Encontramos a -
Cheb Hbitri en Internet. S. sonríe mientras ponemos uno de los videoclips.
Hip-hop marroquí. A pesar de todo, supongo que porque sigue
siendo un niño en una vida de adulto, aún no le han arrebatado completamente
su capacidad de disfrutar.

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