Hola, soy Noelia Casas y este es mi blog sobre Intervención educativa con menores inmigrantes (MENAS). Aquí podréis encontrar multitud de información sobre el tema, así como: opiniones, reflexiones, análisis, noticias...

Espero que os guste y que os sea de utilidad para adentraros aún más en la intervención social. Un saludo.

lunes, 10 de enero de 2011

Cheb Hbitri. Parte II

A la mañana siguiente escuchamos con estupor cómo la ordenanza de la Consejería de Bienestar Social nos comunica, en una nueva sala de espera,
que nadie nos va a recibir, pues el protocolo dice que tenemos
que acudir a la policía. Blandiendo un par de hojas grapadas, la denuncia que dirijo al Juzgado de Guardia narrando los hechos del día anterior, exijo que nos atiendan; la mujer, abochornada, se compromete a
hacer un nuevo intento para que alguien se digne a hablar con nosotros. Cuando reaparece por el pasillo, su expresión ya anuncia que trae más de lo mismo. S. mira a la pared, al techo, al suelo, incapaz de comprender ya si este lugar es la comisaría, el juzgado, la consejería o el pasillo de un albergue. Evidentemente, no vamos a volver a visitar al energúmeno del día anterior, que, en todo caso, no debemos olvidar que no hacía más que cumplir órdenes de sus superiores, en su comisaría.

Así que nos quedamos y explicamos a la ordenanza lo que puede comunicar de nuestra parte a los responsables de bienestar social: –Diles que avisen a los de seguridad o que llamen ellos a la policía, porque nos van a tener que echar del edificio. Nosotros no nos vamos. Hora y media después, entretanto ha pasado por allí un fotógrafo del periódico LA VOZ DE ASTURIAS, baja un educador y nos atiende en la propia sala de espera. Allí, tras leer la denuncia de los hechos del día anterior, y sin dar ninguna explicación de por qué nos han hecho vagar durante un día completo, empieza a acribillar a preguntas a S.
–¿De dónde vienes? –De Melilla. –¿Cuánto tiempo estuviste allí? –Tres meses. –Venga, seguro que llevas más tiempo en España. –Tres meses –repite S. –¿Cuántos años tienes? –Catorce –responde S. con seguridad. –Tienes algunos más, venga, dímelo... –Catorce y medio –insiste S. Indignado, le digo al educador que deje de interrogar al chico y le pido a S. que no responda. Han pasado 24 horas desde que nos encontramos en la calle y, tras todo el periplo sufrido y tras haberse negado por tres veces a recibirnos, el educador se extraña de que yo desconfíe de sus intenciones. ¡Qué hipocresía! No quiero que S. diga cosas que le perjudiquen, así que consulto con una persona de confianza la forma más oportuna de actuar. Que diga la verdad es lo que me recomiendan. Pero el educador, para mi sorpresa,
dice que ya ha terminado y que podemos dirigirnos a la Unidad de Primera
Acogida, ya que se ha autorizado el ingreso de S. ¿Se diferencian sus preguntas de las de un policía? ¿Cómo estás? ¿Por qué te has jugado la vida para venir a Europa? ¿Cómo te trataban en el Centro La Purísima de Melilla? Estas preguntas no se hacen, no vaya a ser que las respuestas del chico perjudiquen a la administración para lograr su objetivo:
desembarazarse de los menores, devolverlos a Melilla y, si se puede, a Marruecos.

Hoy mismo me han llamado desde Melilla para denunciar cómo la policía está arrojando a los menores, de forma completamente ilegal, al otro lado de la frontera. A nivel estatal, la política de repatriaciones de menores está a la orden del día. En 2006 se realizaron 111 repatriaciones y un total de 1.300 expedientes de repatriación. En muchas ocasiones la policía se los lleva de los centros, que son el domicilio de los menores, a altas horas de la madrugada, esposados y sin que su familia sepa que van a ser devueltos. Las repatriaciones sirven como medida ejemplarizante para los menores que se quedan, que muchas veces se escapan de los centros por miedo a que se les aplique a ellos la reagrupación familiar en origen. –¿Está lejos? –pregunta S. impaciente mientras caminamos. –Qué va, ya estamos llegando. Ese es el edificio.S. pone cara de incredulidad. La Unidad de Primera Acogida tieneimportantes problemas de recursos, pero la comparación con el Centro de Menores La Purísima de Melilla, el único centro que conoce, es
fácil de realizar a primera vista.


Aquí ve un edificio en medio de la ciudad, con un parque enfrente, mientras que La Purísima, antiguo fuerte militar en estado ruinoso, se encuentra aislado y apartado cuatro kilómetros del centro de Melilla. A través de Prodein, una asociación de Melilla de apoyo a los menores, nos enteramos de que son muchos los
menores que en las últimas semanas han huido a la Península, jugándose la vida en el puerto bajo un camión, debido a los malos tratos y el abandono que sufren por parte de las instituciones. La educadora, tras recibirnos en una pequeña sala, acompaña a S. al piso superior. –Nos veremos pronto. –le digo con un nudo en la garganta– Tienes miteléfono y el del abogado, no dudesen llamar si lo necesitas. S. camina, contento, al encuentro
de su amigo.

Cuando dos días después llamo al centro para saber de S. y la educadora me explica que ya ha cumplido con el protocolo, el sentimiento de
rabia y frustración es intenso. Han acompañado a S. a comisaría para
tomarle las huellas dactilares, es natural, hay que contrastar si ya está
acogido en otra comunidad autónoma, y le han llevado al hospital para
hacerle, cómo no, una prueba radiológica para determinar su verdadera
edad. –No le puedo dar los resultados porque
los desconozco –escucho que me dicen al otro lado del hilo telefónico. Unos días después consigo volver a ver a S. Nos encontramos en el parque,
junto al Centro de Menores. Está sentado en un banco, con otros
cinco chicos marroquíes. Me los presenta y yo me disculpo porque son
demasiados nombres para mi mala memoria. –Ha salido quince –me dice poco después, mientras damos una vuelta. –Quince, ¿qué? –pregunto extrañado.
S. señala su brazo. –La prueba de la edad –me dice. Mi primer pensamiento, de desprecio, es para el educador que trataba de convencerle de que tenía varios años más de catorce y medio. A pesar de que le han enviado
junto a otros cinco chicos a una residencia de estudiantes, ya que la Unidad
de Primera Acogida está saturada, no porque haya ninguna avalancha
sino porque sólo tiene 16 plazas,S. me dice que está bien. –Prefiero estar con todos los chicos. ¿Por qué nos han llevado a otro sitio?– me pregunta.
Le explico las razones. –Espero que se normalice pronto tu situación, supongo que abrirán otro centro, pero no lo sé –le digo. He leído en la prensa que la Consejería pretende crear un centro exclusivamente
para extranjeros, experiencia ya probada en otras comunidades con el resultado de una mayor segregación y aislamiento de los menores.
–Me enseñaron la foto del periódico –me dice sonriendo. El comentario me recuerda que debo preguntarle algo.–¿Recuerdas todo lo que me dijiste
cuando estuviste en mi casa? La historia de tu familia, de tu viaje, de
Melilla...–Sí, claro –me dice. –La he escrito, S. ¿Quieres que la
guarde o que se la contemos a la gente? Quizás sirva para que conozcan
no sólo tu historia sino la demuchos chicos como tú.S. me mira y dice:
–Cuéntala.



Este articulo ha sido escrti por Eduardo Romero, Miembro de la Asociación
Cambalache, autor del libro Quién invade a quién. El Plan África y la inmigración’(Cambalache, 2007) ycoautor del libro ‘FronteraSur. Nuevas políticas de gestión y externalización del control de la inmigración enm Europa’ (Virus, 2008).

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